Segunda entrega. Tercera generación republicana
Por Pío E. Serrano
José Lezama Lima (1910-1976)
Virgilio Piñera (1912-1979)
Ángel Gaztelu (1914-2003)
Justo Rodríguez Santos (1915-1987)
Gastón Baquero (1916-1997)
Eliseo Diego (1920-1994)
Cintio Vitier (1921-2009)
Octavio Smith (1921-1987)
Fina García Marruz (1923)
Lorenzo García Vega (1926-2012)
Superadas las tres primeras décadas de vida de la joven República –no exentas de los traumas inherentes al lento aprendizaje de la convivencia democrática- y derrocada la dictadura de Gerardo Machado (1927-1933), todavía el país debió sufrir una serie de no menos convulsos gobiernos provisionales, hasta que en 1941 se restablece el orden institucional democrático, después de que previamente se aprobase una nueva Constitución (1940), gracias al consenso de todas las fuerzas políticas, y que resultase uno de los textos más avanzados de Hispanoamérica. La sucesión de tres gobiernos constitucionales fue interrumpida en 1952 por un golpe de Estado del general Fulgencio Batista. En este contexto de avance y retroceso democrático, corrupción, violencia, fracaso político y desinterés institucional por la cultura emerge la llamada Tercera Generación de escritores republicanos, nacidos entre 1914 y 1930. A diferencia de las variadas tendencias mediante las cuales se expresaron los poetas de la generación anterior, los nuevos creadores se agrupan en torno a la figura magisterial de José Lezama Lima quien, desde muy joven, asumiendo una radical postura, estética y ética a la vez, se propone recuperar los valores trascendentales de “lo cubano”, ajeno a la degradación política y social, así como a la banalización de la cultura. Estos poetas serán conocidos como “grupo Orígenes”, los origenistas, que toman su nombre de la revista homónima fundada por Lezama en 1944: Ángel Gaztelu, Virgilio Piñera, Justo Rodríguez Santos, Gastón Baquero, Eliseo Diego, Cintio Vitier, Octavio Smith, Fina García Marruz y Lorenzo García Vega.
El paso de Juan Ramón Jiménez por La Habana, primera etapa de su largo exilio, habría de influir notablemente en los jóvenes poetas cubanos, sobre todo en Lezama Lima, no tanto por el apego formal a la poesía del español como en su actitud ante la creación y el insoslayable compromiso de rigor que asumía en su escritura poética. Resultado de la breve estancia cubana de Juan Ramón fue la publicación de la antología La poesía cubana en 1936, al cuidado del poeta de Moguer, acompañado por Camila Henríquez Ureña y José María Chacón y Calvo. El volumen apareció en 1937 con prólogo de Juan Ramón y un comentario final de Chacón y Calvo. Una selección de poetas, quizás excesiva y con algunas notables ausencias (J.M. Poveda, Mª. Villar Buceta y R. Martínez Villana, entre otros), 63 en total, ofrecía un amplio panorama del estado poético de la nación en estreno. Cuatro fueron los poetas seleccionados entre los que habrían de participar del origenismo: Lezama, Gaztelu, Piñera y Rodríguez Santos. Los restantes origenistas, todavía muy jóvenes, apenas habían dado a conocer sus primeros poemas.
JOSÉ LEZAMA LIMA (1910-1976) alentó en 1937 su primera revista literaria, Verbum, al tiempo que daba a conocer su primer libro de poemas, Muerte de Narciso, un volumen que en su expresión mostraba ya los rasgos distintivos de lo que vendría a ser su poética: búsqueda del milagro poético marginado de cualquier interferencia de lo circunstancial, la creación verbal poética como cuerpo suficiente del poema resistente al tiempo, una expresión donde la frondosidad metafórica, simbólica y alegórica se encrespa para sugerir herméticas sugerencias y ocultos significados. Valores poéticos que sostuvo en sus siguientes poemarios: Enemigo rumor (1941), Aventuras sigilosas (1945), La fijeza (1949) y Dador (1960), y que se extendieron a su enorme labor ensayística, que supuso una interpretación trascendente de la historia y de la imagen como centro gravitacional de su construcción. En este sentido, son reveladores La cantidad hechizada (1970), Las eras imaginarias (1971) e Imagen y posibilidad (póstumo, 1981).
En ese afán suyo por la abolición de los géneros en su escritura, Lezama Lima escribió dos novelas de semejante expresión hermética y metafórica, donde tan significativas son sus claves autobiográficas como la revelación de una suerte de propedéutica del joven poeta en formación, en este sentido probablemente influido por Rilke. Paradiso (1966), un descomunal ejercicio de imaginación creadora, de desbordante creación lingüística y de atiborrada erudición, aunque perseguida al principio por la política cultural del régimen por sus alusiones eróticas, continúa siendo un reto para cualquier tipo de lector. A Paradiso debió seguir una segunda entrega, Oppiano Licario, publicada de forma inconclusa póstumamente en 1977, año en que también aparecería póstumamente la última entrega poética de Lezama, Fragmentos a su imán, un volumen que sorprendería a sus lectores no sólo por su voluntad de claridad expresiva sino por la presencia de lo que, por una parte, José Agustín Goytisolo llamó “el juego, el júbilo sensorial de vivir en medio del misterio de un mundo inabarcable” y por otra, más importante aún, lo que Remedios Mataix precisa como “una poesía distinta, convulsamente personal y de una angustia muy ‘humana’ que contradice las facetas más repetidas del poeta-mito”. Tal expresión respondería al clima de frustración política que padecía Lezama y que ya estaban presentes en la correspondencia con su hermana (Cartas a Eloísa y otra correspondencia, Verbum, 1998), y que Mataix precisa “sus aspectos éticos, políticos y sociales, existenciales [que] desmantelan la imagen del poeta ‘incontaminado’, por indiferencia o por dócil acomodación a las circunstancias que se le adjudicó en sus últimas consagraciones oficiales”.
No sólo en la extensión de su obra publicada se puede apreciar que Lezama no fuera un intelectual pasivo, encerrado en su taller. A su labor creadora se unió la constancia del editor de publicaciones periódicas que, acompañado por sus amigos generacionales, pretendían extender el fervor que los animaba. A la revista Verbum pronto siguieron Espuela de plata (1939), Nadie parecía (1942) y, por fin, Orígenes (1944-1956). Otros origenistas fundaron también revistas paralelas. Como en los casos de Clavileño, dirigida por Gastón Baquero, y Poeta por Virgilio Piñera, ambas aparecidas en 1942. Pudo también Lezama ejercer una importante labor como editor, no sólo de los primeros textos poéticos de los origenistas bajo el sello de Ediciones Orígenes, sino desde su trabajo en el Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias, donde rescató textos de la literatura española y cubana, y para el que prepararía su monumental Antología de la poesía cubana (1965).
Una oscura pradera me convida, sus manteles estables y ceñidos, giran en mí, en mi balcón se aduermen. Dominan su extensión, su indefinida cúpula de alabastro se recrea. Sobre las aguas del espejo, breve la voz en mitad de cien caminos, mi memoria prepara su sorpresa: gamo en el cielo, rocío, llamarada. Sin sentir que me llaman penetro en la pradera despacioso, ufano en nuevo laberinto derretido. Allí se ven, ilustres restos, cien cabezas, cornetas, mil funciones abren su cielo, su girasol callando. Extraña la sorpresa en este cielo, donde sin querer vuelven pisadas y suenan las voces en su centro henchido. Una oscura pradera va pasando. Entre los dos, viento o fino papel, el viento, herido viento de esta muerte mágica, una y despedida. Un pájaro y otro ya no tiemblan.
Aquí llegamos, aquí no veníamos, fijo la nebulosa, borro la escritura, un punto logro y suelto la espiral. Aurora del contorno y baila el remolino. Dentro de la niebla un punto salta, un gato madrugador con antifaz mueve su cola, como dos piernas pegadas con correas, que comienzan a girar como un péndulo de agua dura. Tajando hacia dentro, parece preludiar un tórax abombado, la fábrica de los cuchillos abre los ojos de la camerata donde la espada semidormida brilla. Pero no miramos allí, a pesar de las luces que despide, el gato con antifaz domina la próxima pieza de dormir. Allí el brazo pesa como un cartucho de agua, pero suelta de pronto sus cohetes y nos quedamos ciegos, mientras nos palmotean las espaldas.
Como un pistoletazo en el violáceo azufre los ángeles pactan con los demonios, buscando el gran ojo primigenio. Vuelven los demonios a pactar con los ángeles, buscando la sabiduría de las ondas del pífano al penetrar en la ciudad. Un ruidillo en lanada, innato o con prestaciones vergonzantes precipita el coro de los diablillos que van a sostener el manto del niño de Praga. Llega entonces el inalcanzable paraje de la nieve, la pequeña luna caída en la profundidad infantil del tazón o en el ballenato tedioso de los mares, allí la silla destrozada, la del obispo encadenado, allí se vuelven a ver los demonios y los ángeles correr hacia un punto, volcarse en la laguna, peinarse más las plumas que los cabellos. Sus pequeños rostros sonríen con dientes de leche. Sabemos, qué carcajada, que lo lúdico es lo agónico. Como sólo existen el bien y la ausencia, los demonios y los ángeles se esconden sonriendo. Su mano madura, como decimos las uvas maduras, han dado un fuerte manotón sobre el tablero. El ángel avanza rápido como el alfil. El demonio salta como el caballo oblicuo. Sus manos cruzadas golpean los sesenta golpes de la cábala, el hierofante y la emperatriz duermen ya en la cámara de la reina. El ojo y el mar se abren en círculos concéntricos. Sobre un tablón, jugando lo terrible, el bien y la ausencia.
No deja de sorprender que una voluntad poética tan personal, expresada de manera sostenida a lo largo de una vida pudiera acoger en su entorno a un puñado de jóvenes poetas, los más de ellos identificados con una expresión no siempre convergente con el el constructo verbal y el hermetismo lezamianos. Si en la escritura lezamiana priman la enigmática propuesta, el neoculteranismo, las evocaciones hiperbólicas, el despojamiento emotivo, la oscura urdimbre poemática, los jóvenes que se le acercan buscan y encuentran su propio sistema expresivo, a veces en las antípodas de la escritura del maestro. Entonces, ¿qué es lo que da sentido a esa unidad generacional? Sin duda la misma resistencia ética, la necesidad de explorar la autenticidad de lo “esencial cubano”, la vocación por abolir el lenguaje poético habitual, el respeto por la cultura como ingrediente necesario para el saneamiento de una frustante realidad social y política.
VIRGILIO PIÑERA (1912-1979), aunque sus primeros poemas aparecieron en Espuela de plata, que continuara publicando en otras revistas del grupo y que permaneciera entre él y Lezama una sostenida y accidentada relación de amistad/desamistad en la que terminó por imponerse una profunda empatía, desde muy temprano Piñera se convirtió en la contrafaz del origenismo. En oposición al magisterio lezamiano, su descarnada mirada cruda desacralizaba la visión arcádica de lo esencial cubano suscrita por la mayor parte de los origenistas, al tiempo que denunciaba lo que llamaba su “catoliquería” y el peligro de haberse instalado en un discurso que comenzaba a devorar sus propias conquistas. Provisto de un lenguaje directo y coloquial aborda la realidad insular con una aguzada violencia verbal que lleva a Cintio Vitier, el crítico literario de la generación, a calificarlo como “el demonio de la más absoluta y estéril antipoesía”.
El talento literario de Piñera encontró su expresión primera en la poesía, que continuó cultivando hasta el final de su vida (desde Las Furias, 1941, hasta Una broma colosal, 1988). Su adscripción temprana a una poética que buscaba en la realidad inmediata su lado grotesco, el sesgo absurdo que lo alejaba de cualquier interpretación trascendente, con un lenguaje directo cargado de amarga ironía, desacralizador de la visión idílica con que otros origenistas se acercaban a lo esencial cubano, condujo a Piñera a la marginación del canon origenista. En la obra narrativa de Piñera –cuatro volúmenes de cuentos y dos novelas- se observa una prolongación por su insistencia en lo grotesco y absurdo. Sus personajes, irrelevantes salvo por sus obsesiones, son seres inadaptados y enigmáticos, generalmente sujetos a graves conflictos de identidad. La prosa piñeriana huye tanto del barroquismo como de lo libresco, para refugiarse en un lenguaje opaco y corriente, natural y, a veces ingrato. Probablemente influido por el existencialismo busca en sus cuentos y novelas el reflejo de una deshumanización, de un desorden que sólo encuentra refugio en la angustia. Donde se acrecienta el carácter innovador de la obra de Piñera es en su teatro, una peineta de obras escritas entre 1938 y 1974. Se puede asegurar que su obra dramática marcó un antes y un después en el teatro cubano. Absurdista antes que Ionesco (La soprano calva es de 1950) dio a conocer en 1948 su pieza Jesús, donde prima una lógica desordenada regida por el absurdo. Desde su primera obra dramática, Electra Garrigó (1941) Piñera se enfrentó a la renovación del lenguaje teatral al trazar su pieza como una construcción paródica de la tragedia griega, “cubanizando” los personajes y su entorno, pero conservando su intensidad trágica. La obra, sin embargo, se definiría por la yuxtaposición de sus elementos constitutivos: al habla solemne del teatro clásico, Piñera opone el lenguaje coloquial cubano; a la solemnidad trágica opone la paradoja de lo cómico y banal como recurso expresivo que busca la ruptura del distanciamiento; al parlamento del Coro opone los comentarios musicales al son popular de “La Guantanamera”. En la década siguiente, con Aire frío (1959) Piñera dejaba el retrato del fracaso y la frustración de la clase media cubana republicana en una sucesión de cuadros hilvanados por una misma angustia existencial. Todavía Piñera avanzaría hacia el teatro de la crueldad en 1967 con Dos viejos pánicos, un temerario estudio a dos voces desesperadas que viven asediadas por el miedo y que constituyó la más eficaz denuncia a un generalizado e indefinido sentimiento de temor que el régimen había sembrado en la población.
A partir de 1968, inicio de la campaña oficial contra el homosexualismo y otras “desviaciones” ideológicas, en la que fue detenido, Piñera vive una existencia de miedo y zozobra. A partir de 1969 y hasta nueve años después de su muerte, no se repondrá ni estrenará ninguna obra suya, tampoco se publicará ni reimprimirá ninguno de sus libros
Virgilio Piñera es también autor de una importante obra crítica, todavía dispersa. Traductor de autores franceses; durante su breve estancia en Argentina colaboró con Witold Gombrowitz en la traducción de Ferdydurke. Colaboró con José Rodríguez Feo en la publicación de la revista Ciclón, y junto a Guillermo Cabrera Infante, uno de los impulsores del magazine literario Lunes de Revolución.
La maldita circunstancia del agua por todas partes me obliga sentarme en la mesa del café. Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer hubiera podido dormir a pierna suelta. Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar doce personas morían en un cuarto por compresión. Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones, me acostumbro al olor del puerto, me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba, noche a noche, al soldado de guardia, en medio del sueño de los peces. Una taza de café no puede alejar mi idea fija, en otro tiempo yo vivía adónicamente. Qué trajo la metamorfosis? La eterna miseria que es el acto de recordar. Si tú pudiera formar de nuevo aquellas combinaciones, devolviéndome el país sin el agua, me la bebería toda para escupir el cielo. Pero he visto la música detenida en las caderas, he visto a las negras bailando con vasos de ron en sus cabezas. Hay que saltar del lecho con la firme convicción de que tus dientes han crecido, de que tu corazón te saldrá por la boca. Aún flota en los arrecifes el uniforme del marinero ahogado. Hay que saltar del lecho y buscar la vena mayor del mar para desangrarlo. Me he puesto a pescar esponjas frenéticamente, esos seres milagrosos que pueden desalojar hasta la última gota de agua y vivir secamente. Esta noche he llorado al conocer a una anciana que ha vivido ciento ocho años rodeada de agua por todas partes. Hay que morder, hay que gritar, hay que arañar. He dado las últimas instrucciones El perfume de la piña puede detener a un pájaro. Los once mulatos se disputan el fruto, los once mulatos fálicos murieron en la orilla de la playa. He dado las últimas instrucciones. Todos nos hemos desnudado […]
Como he sido iconoclasta me niego a que me hagan estatua; si en la vida he sido carne, en la muerte no quiero ser mármol. Como yo soy de un lugar de demonios y de ángeles, en ángel y demonio muerto seguiré por esas calles… En tal eternidad veré nuevos demonios y ángeles, con ellos conversaré en un lenguaje cifrado. Y todos entenderán el yo no lloro, mi hermano... Así fui, así viví, así soñé y pasé el trance
Por un plazo que no puedo señalar me llevas la ventaja de tu muerte: lo mismo que en la vida, fue tu suerte llegar primero. Yo, en segundo lugar. Estaba escrito. ¿Dónde? En esa mar Encrespada y terrible que es la vida. A ti primero te cerró la herida: mortal combate del ser y del estar. Es tu inmortalidad haber matado A ese que te hacía respirar Para que el otro respire eternamente. Lo hiciste con el arma Paradiso. -Golpe maestro, jaque mate al hado- Ahora respira en paz. Vive tu hechizo.
ÁNGEL GAZTELU (1914-2003), nacido en Navarra, llegó a Cuba en 1927 y se ordenó sacerdote en 1938, vinculado a Lezama por la vocación poética y la filiación religiosa, su poesía conserva la serenidad clásica, al tiempo que revela un alto grado de sensibilidad por la naturaleza y la comunicación con la divinidad. Colaboró en las revistas fundadas por Lezama. Publicó Poemas (1940) y Gradual de laudes (1955).
Marchan en fría fuga de figuras -río roto de estatuas y lamentos- golpeándome el sueño con oscuras manos de nubes y aguas de tormento. Tormento sí, ceniza, que asegura verdad de polvo y heno el fundamento y entre olvidos de mármol, la hermosura lapidada pasión, función del viento. Un día fuiste mantenida historia, ofrecida en la espiga armonizada, torre de música frutada gloria, de memorables ángeles sesgada. Me fuiste, oh forma, forma transitoria, y hoy sólo eres nieve serenada.
Aguda espina dorada, Quién te pudiera sentir En el corazón clavada.
Rama de luz en la brisa, isla sonora de olor, alta corona de música: soñando está el corazón.Alta corona de música, rama rubia del naranjo, torrecilla del deseo: está el corazón velando.Torrecilla del deseo, viva rama del espino seguro blanco encontrado: está el corazón herido.Seguro rojo encontrado, rama encendida de mayo -flamboyán- llama redonda: se está el corazón quemando.Llama redonda, gozada, verde rama del olivo, perdido sueño, ganado: está el corazón dormido.Perdido sueño, ganado, rama reciente del sol, por mares de altos rocíos va bogando el corazón.
JUSTO RODRÍGUEZ SANTOS (1915-1987), vinculado desde temprano a las revistas origenistas, su poesía prefirió el claustro del soneto y de la lira, desarrollados con rica sonoridad, donde lo onírico y cierto aliento neo-romántico encuentran expresivos elementos simbólicos. Entre sus títulos, sobresalen: Elegía por el asesinato de Federico García Lorca (1937), Poemas desterrados (1967) y Óperas del sueño (1981).
Se me llena de nubes la memoria, de palomas, del alma se me llena, ahora que asciende al alma la serena imagen clara de amorosa historia. Ahora sé que la ausencia es ilusoria, ilusoria mi cuita y mi condena, ahora que se levanta la azucena a reanudar celeste trayectoria. Ahora que se alboroza mi elegía el corazón se transfigura en río que desemboca en tu auroral bonanza. ¡No es verdad la ceniza!... Todavía oigo tu voz pacer en el rocío y heredo tu lenguaje de esperanza.
GASTÓN BAQUERO (1916-1997), autor de una obra poética relativamente breve, desde sus primeros y magistrales poemas quedó inscrito en el canon de la poesía cubana de todos los tiempos. Entre 1937 y 1947 escribió Baquero “Palabras escritas en la arena por un inocente” (1941), “Testamento del pez” y “Saúl sobre su espada”, espléndidos poemas imbuidos de trascendencia, aunque negados a cualquier tipo de hermetismo o barroquismo. Desde su escritura primera Baquero optó por una poesía de la comunicación, volcada en desentrañar la desnudez de la realidad. En sus palabras: “Dar existencia a lo tenido hasta ese momento por inexistente, es la función mayéutica de la poesía… Inventar, fabular, imaginarle a una realidad cualquiera la parte –el completo- que creía le faltaba”. O sea, un acto de revelación compartida, no ausente de esa pizca de escepticismo con la que Baquero entendía la relación entre autor y lector: “la incomunicación radical entre el autor y el lector”.
Baquero comenzó a publicar en las revistas origenistas, y después de sus primeros libros –Poemas y Saúl sobre su espada, ambos de 1942- su prolongado silencio hizo creer que había abandonado la poesía. Durante los años posteriores se volcó en el periodismo y la crítica, y no fue hasta su exilio español en 1959 que de nuevo comenzara a mostrar su escritura en una apretada sucesión de títulos: Poemas escritos en España (1960), Memorial de un testigo (1966), Magias e invenciones (1984) y Poemas invisibles (1992). En total, algo menos de doscientos poemas.
Con el paso del tiempo Baquero se fue desprendiendo de la solemnidad expresiva de sus primero textos y se abrió a una expresión más expansiva y jubilosa, incluso dio paso al humor y a una cálida ironía. Si la escritura de Lezama responde a un impulso poético dominado por el Eros insaciable de la palabra que renuncia a la lógica, la armonía y la unidad, para abroquelarse en un sistema poético del que únicamente el autor posee sus claves; Baquero, por su parte, prefiere instalarse en la lucidez de una expresión que le permita la apropiación y el reordenamiento de una memoria desde donde reflexionar no sobre, sino desde la simultaneidad de los tiempos. Nunca para sobrecargar y ocultar, sino para hechizar y revelar.
Yo no sé escribir y soy un inocente. Nunca he sabido para qué sirve la escritura y soy un inocente. No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva. Va y viene entre los hombres respirando y existiendo. Voy y vengo entre los hombres y represento seriamente el papel que ellos quieren: Ignorante, orador, astrónomo, jardinero. E ignoran que en verdad soy solamente un niño. Un fragmento de polvo llevado y traído hacia la tierra por el peso de su corazón El niño olvidado por el padre en el parque. De quien ignoran que ríe con todo su corazón, pero jamás con los ojos. Mis ojos piensan y hablan y andan por su cuenta. Pero yo represento seriamente mi papel y digo: Buenos días, doctor, el mundo está a sus órdenes, la medida exacta de la tierra es hoy de seis pies y una pulgada, ¿no es esta la medida exacta de su cuerpo? Pero el doctor me dice: Yo no me llamo Protágoras, pero me llamo Anselmo. Y usted es un inocente, un idiota inofensivo y útil. Un niño que ignora totalmente el arte de escribir. […]
El héroe pasó su vida a caballo. Su esposa misma creía que él era un Centauro. Sus hijos creyeron siempre que su padre era un Centauro. Sus compañeros de armas le llamaban el Centauro. Pues nadie, nunca, le había visto sino a caballo. Montado día y noche, año tras año, cabalgando en su caballo, Como un Centauro. El héroe llegó a viejo y nunca descendió de su caballo. “Es el Centauro”, decían los nuevos soldados, con envidia. “Es el Centauro”, decían las novias llenas de pena por sus años. Pero el viejo héroe se mantenía erguido en su caballo, Y nadie pudo nunca, ni por dormir ni por nada, Verle descendido de su hermoso caballo de pelea, Como un Centauro. Y el héroe un día aceptó, él también, morir, pero a caballo. Fue llevado a su tumba encima de su caballo, como viviera, Pues ni aún después de muerto quiso dimitir de su existencia. Y ahora seguimos viéndole, en medio de la plaza, heroico, En ese monumento que niños y palomas toman por viviente. Erguido está en su caballo, el héroe de siempre, aquel Centauro, Cuyos hijos no le vieron sino a caballo, cuya esposa misma No llegó a enterarse nunca de si aquel a quien amaba Era un hombre a caballo, o era un Centauro.
Tiempo total. Espacio consumado. No más ritual asirio, ni flecha, ni salterio. El áureo Nilo de un golpe se ha secado, y queda un único libro: el cementerio. Reverso del Epiménides, ensimismado contemplabas el muro y su misterio: sorbías, por la imagen de ciervo alebestrado, del unicornio gris el claro imperio. Sacerdotes etruscos, nigromantes, guerreros de la isla Trapobana, coregas de Mileto, rubios danzantes, se despidieron ya: sólo ha quedado, sobre la tumba del pastor callado, el zumbido de la abeja tibetana.
ELISEO DIEGO (1920-1994), uno de los poetas más importantes del grupo origenista, reconocido por Lezama como “uno de los más opulentamente sobrios destinos poéticos que hemos tenido”, se dio a conocer con su libro En la Calzada de Jesús de Monte (1949), reconocido como la respuesta poética más entrañable a la desintegración de la conciencia nacional de la época, y, algo más, como el permanente referente de lo esencial cubano para el futuro que habría de sobrevenirle al país. Nada de mitos fundacionales ni de idealismos vacuos; la lenta mirada del poeta, su moroso palpar de la memoria, el reconocimiento gozoso y nostálgico de un inmediato pasado doméstico y civil, sobrevuelan las absurdas pretensiones teleológicas de otros, para buscar su encarnadura en una cálida realidad palpitante. El resto de su obra poética continuará construyéndose alejada de hipérboles y exaltaciones, distante del clamor, de lo excesivo. La siempre melancólica palabra de Eliseo palpa una memoria que a todos alimenta. Así puede relatar la profunda extrañeza de esos pueblos olvidados de su nombre, el inadvertido rincón donde se oculta todo esplendor, los obstinados enigmas, el muestrario de un mundo fantástico y dócil que lentamente se inscribe en la página.
Como buen origenista, la religiosidad emocional, nunca teológica, es también un trasunto de su poesía y su metafísica se diluye en íntimos corredores interiores. Observa la realidad desde la discreción y la devuelve en palabras sencillas aunque certeras, el adjetivo justo. El tono levemente nostálgico, contenido. Lejos de él la pompa barroca, la ironía amarga.
Después de La Calzada siguieron muy espaciadamente Por los extraños pueblos (1958), El oscuro esplendor (1966) y hasta una decena larga de títulos imprescindibles, completada con En otro reino frágil (edición póstuma, 1999). Publicó también acertadas ediciones de literatura infantil, crítica literaria y traducciones, especialista como fue de la literatura anglosajona. Recibió el Premio Nacional de Literatura (1986) y el “Juan Rulfo”. Murió en México.
I. EL PRIMER DISCURSO
En la Calzada más bien enorme de Jesús del Monte donde la demasiada luz forma otras paredes con el polvo cansa mi principal costumbre de recordar un nombre, y ya voy figurándome que soy algún portón insomne que fijamente mira el ruido suave de las sombras alrededor de las columnas distraídas y grandes en su calma. Cuánto abruma mi suerte, que barajan mis días estos dedos de piedra en el rincón oculto que orea de prisa la nostalgia como un soplo que nombra el espacio dichoso de la fiesta. Al centro de la noche, centro también de la provincia, he sentido los astros como espuma de oro deshacerse si en el silencio temprano penetraba. Redondas naves espaciosas lanudas de celestes algas daban ganas de irse por la bahía en sosiego más allá de las finas rompientes estrelladas. Y en la ciudad las casas eran altas murallas para que las tinieblas quiebren, ¡oh el hervor callado de la luna que sitia las tapias blancas y el ruido de las aguas que hacia el origen se apresuran!, y daban miedo las tablas frágiles del sueño lamidas por la noche vasta. Mas en los días el vuelo desgarrador de la paloma Embriagaba mis ojos con la gracia cruel de las distancias. Cómo pesa mi nombre, qué maciza paciencia para jugar sus días, En esta isla pequeña rodeada por Dios en todas partes, Canto del mar y canto irrestañable de los astros. Calzada, reino, sueño mío, de veras tú me comprendes cuando la demasiada luz forma nuevas paredes con el polvo y mi costumbre me abruma y en ti ciego me descanso.
Juega el niño con unas pocas piedras inocentes en el cantero olvidado y roto como paño de vieja. Yo pregunto: qué irremediable catástrofe separa sus manos de mi frente de arena, su boca de mis ojos impasibles. Y suplico al menudo señor que sabe conmover la tranquila tristeza de las flores, la sagrada costumbre de los árboles dormidos. Sin quererlo el niño distraídamente solitario empuja la domada furia de las cosas, olvidando el oscuro esplendor que me ciega y él desdeña.
En el crepúsculo, si estás de veras solo, mira, lo que se dice solo, vienen, poquito a poco en torno tuyo, levísimos fantasmas, tus recuerdos. José riéndose, su vaso junto a la sapientísima nariz capaz de discernir el olor de lo eterno en el breve grosor de la cerveza. José –José riéndose. Una partida de ajedrez, jugada por nosotros dos, ha de quedar, no piensa usted, siempre honorablemente a tablas, dice José, riéndose entre la espuma. La brisa en las arecas, y el cristal tan firme y frío de la mesa, y en torno los demás, los entrañables -refugio, abrigo nuestro. Ni arecas ni cristal, José se acabó la cerveza. Sólo su risa oculta permanece como un farol iluminando las piezas, el vitral de blancura y negror. ¡Ah, tablas, mi querido José! Pero su risa, sí, me tumba el rey definitivamente. Arrecia el viento en las arecas, mira, y a solas yo –lo que se dice a solas.
CINTIO VITIER (1921-2009), ensayista y poeta, su inmensa labor crítica es indispensable para el conocimiento de la poesía cubana de los dos últimos siglos, en especial su prolija y polémica interpretación de los poetas de la primera mitad del XX. Hombre de gabinete y rigor, dedicó su existencia a la investigación y el estudio de las corrientes poéticas cubanas, al tiempo que en las últimas décadas de su vida se volcó en la preparación de las obras completas de José Martí. Editor de importantes antologías de la poesía cubana de obligada consulta: Diez poetas cubanos (1948), Cincuenta años de poesía cubana, 1902-1952 (1952) y Poetas romántico cubanos (1960). Autor de Lo cubano en la poesía (1958), un texto histórico-poético, cuyo significado último es “un conocimiento espiritual de la patria”, una hermenéutica que lo conduciría con posterioridad hacia una problemática lectura teleológica de la historia reciente de la isla. Entre su obra ensayística, una sostenida convicción trascendente encarnada en la poesía, sobresalen Experiencia de la poesía (1944), La luz del imposible (1957) y Crítica sucesiva (1971), además del ensayo memorístico Para llegar a Orígenes. Revista de arte y literatura (1994). Sus novelas Rajando la leña está (1985) y De Peña Pobre (1990) son una buena muestra de su tardía vocación de narrador.
Desde que publicara en 1938 Poemas, su primer libro, hasta 1968 (Testimonio), la poesía de Vitier transcurre entre la influencia juanramoniana y una progresiva extrañeza ontológica ante la realidad y la conciencia de imposibilidad, insuficiencia del discurso, de donde el trasunto analítico del crítico despoja de intensidad la escritura del poeta. El resultado es una poesía intelectiva de vocación trascendente, cuya expresión, de cierto clasicismo marmóreo, se acoge más al símbolo que al barroquismo tropológico lezamiano. Sin embargo, a partir de La fecha al pie (1981) y de Viaje a Nicaragua (1987) su poesía despierta a una inesperada tendencia cívica, de inmediatez histórica, sin duda resultado de un súbito fervor revolucionario que busca un encuentro armonioso con su fe católica.
Cada mañana los símbolos están de nuevo mirándome, detrás de una ardiente noche a la que la luz no puede sino darle más belleza. Son los árboles callados, son el rocío y las nubes, el mar salvaje, las formas de todas las criaturas hechas de nombre y de polvo. ¿Símbolos, vivos, de qué? ¿Porqué me llama la costa durante años, de pronto por qué el jinete me llama o me enamora la piedra? ¡Oscuro mundo! La luz sólo puede atravesarlo como a cerrada caverna. Y ella misma entre las hojas ¿qué nos pregunta, temblando?
No me pidas falsas colaboraciones, juegos del equívoco y la confusión: pídeme que a mi ser lo lleve hasta su sol sangrando. No me pidas firmas, fotos, créditos para un abominable desarrollo de la doblez: pídeme que estemos como hermanos abriéndonos el corazón hasta la muerte. No halagues mi vanidad, busca mi fuerza, que es la tuya. No quieras con tu delicadeza, que me traicione. No simules que va a creer en mi simulación. No hagamos otro mundo de mentiras. Vamos a hacer un mundo de verdad, con la verdad partida como un pan terrible para todos. Es lo que yo siento que cada día me exige, ampliamente, la Revolución.
OCTAVIO SMITH (1921-1987), abogado y notario. Colaborador habitual de Orígenes. Su poesía se inscribe en la tendencia lírica trascendentalista. De expresión intensa, cercana a veces a cierto esplendor surrealista. Sus temas provienen de una nostalgia sentimental que lo vincula a la poética de la memoria y al rescate de lo poético cubano. Vitier señaló la riqueza de su adjetivación. Publicó: Del furtivo destierro (1946), Estos barrios (1966), Crónicas (1974) y Lejos de la casa marina (1981).
Casa marina, iridiscente tuve, sienes tersas para la amiga linfa sigilosa del aire en la ferviente galería, su azuleante, vivaz, rizado colmo. Con pulcro, translúcido redoble los cristales se abrían festoneados de salinos envíos: mojados del fresco encaje onírico asestado por el mar en diálogo brioso. Inmerso en la isla extática y hialina. Asistíame el recio maderamen de sobrio azul con su estatura de reposado nauta, con tácita afición, mi deudo misterioso. Él componía lo interior, el vuelo fiel de la luz atesorada que umbroso tornasol era o ritual recuento de las joyas de mi estirpe. Casa cogida por el mar, poblada de intrépidos tesoros de pausado rielar. Dones sutiles, sigilosos rielaron en mis labios. Absorto bebí, comprometido fantasioso oyendo mi presteza en susurro de latente velamen. Conchas los días de estable claridad oreada, dulcemente veteados de próvidos rumores, ágil trama de iris vibrátiles, llevábanme, enunciados eran por la amistad del tiempo como un cálido labio al oído enciende morosas maravillas. Era el amable, solitario príncipe, su dorado manto en taciturno oleaje, era el ocio espaciándose para que yo lanzara mi respuesta en enfático tejido cabrilleante. Era mi reino que me aguarda temblando de incorpórea lozanía, preso en el timbre incierto de mis manos conducidas a magra disidencia. Cristalizado ya su esbelto desamparo, su tersa llama en urna asordinada donde sólo el color persiste y aletea, carne evadida cuándo de mi carne. Casa marina, reino de sal rielante tuve y destronado fui mientras dormía.
FINA GARCÍA MARRUZ (1923), su obra, consagrada como la más alta expresión de la poesía cubana escrita por mujeres, se encuentra a la par de las mayores poetisas de lengua española del siglo XX. Poeta y ensayista, su creación lírica y sus reflexiones sobre el acto poético integran una complementaria unidad: “El centro mismo de toda búsqueda poética: descubrir la liturgia de lo real, la realidad pero en su extremo de mayor visibilidad, que es también el de su escape eterno”. La realidad trascendida, fugacidad de la realidad como revelación de lo eterno. De ahí la permanente catolicidad que permea su escritura y esa visión simbólica de la realidad que ilumina su memoria creadora, que Vitier calificó como “imaginación del sentimiento”. Cercana a Eliseo Diego en la confesionalidad del tema cubano, paladea lo material e inmediato como posibilidad de alcanzar lo imperecedero y permanente.
Después de sus primeros y tempranos textos poéticos, donde se aprecian ya los elementos constitutivos de su poética –testimonio de una memoria creadora desde una visión simbólica de la realidad, búsqueda de lo esencial cubano, trascendencia integrada en una concepción católica más poética que teológica- (Poemas, 1942; Transfiguración de Jesús en el Monte, 1947 y Las miradas perdidas, 1944-1950, 1951, donde recoge la mayor parte de su obra poética hasta entonces), hay un largo silencio, interrumpido en 1970 con la aparición de Visitaciones, donde sus inquietudes metafísicas y cívicas se unen a la expresión de una íntima nostalgia. Las siguientes entregas la devuelven con una escritura más comunicativa, sin que esté ausente el humor, pero que conservará ese velo de misterio y extrañeza que predomina en su obra.
El mediodía vasto y silencioso como una tumba resonante me despierta con ruido monótono de fuente que se torna sin cambio en el sonido oscuro de unos perros ladrando por su alba desierta. En el silencio se graba el hojeo ligero de los álamos más que en el aire mismo. Cae el grueso piar de los pájaros hecho de una pasta goteante y seca a un tiempo, amarillo como un violín en el mediodía tirante como un arco. Entonces la política aromosa del periódico y el mimbre o el café que se acerca con su calma rural, el silencio del timbre lejano que atraviesa el corredor, dan en un espacio mayor y en un vacío que no necesitan, pues qué podría ocupar tu vasta intemperie, mediodía, cuando apartas así en el abismo cruel y delicado al pájaro que me despierta con su mancha de amarillo, su goterón sensato, con el pico de lo real en la quietud poderosa e intocada.
I Cuando el tiempo ya es ido, uno retorna como a la casa de la infancia, a algunos días, rostros, sucesos que supieron recorrer el camino de nuestro corazón. Vuelven de nuevo los cansados pasos cada vez más sencillos y más lentos, el mismo día, el mismo amigo, el mismo viejo sol. Y queremos contar la maravilla ciega para los otros, a nuestros ojos clara, en donde la memoria ha detenido como un pintor, un gesto de la mano, una sonrisa, un modo breve de saludar. Pues poco a poco el mundo se vuelve impenetrable, los ojos no comprenden, la mano ya no toca el alimento innombrable, lo real. 2 Uno vuelve a subir las escaleras de su casa perdida (ya no llevan a ningún sitio), alguien nos llama con una voz querida, familiar. Pero ya no hace falta contestarle. La voz sola nos llama, suficiente, cual si nada pudiera hacerle daño, en el pasillo inmenso. Una lluvia que no puede mojarnos, no se cansa de rodear un día preferido. Uno toca la puerta de la casa que le fue deparada a nuestras manos mortales, como un tímido consuelo. 3 El que solía visitarnos, el que era de todos más amado, suave vuelve a la sala sencilla, cada día más real y más leve, ya de humo. ¿Cuándo toco a la puerta? No podemos recordarlo. Estaba allí, estaba! Y no se irá jamás ni puede irse. No nos trae la memoria las palabras del adiós. Sólo podrá volverse por la puerta de un ruido, de un llamado de ese mundo que borra, ignora y vence. 6 Y lo real es lo que aún no ha sido! Toda apariencia es una misteriosa aparición. En la rama de otoño no acaba el fruto sino en la velada promesa de ser siempre que su intacta forma ofreció un momento a nuestra dicha. Pues toda plenitud es la promesa Espléndida de la muerte, y la visitación del ángel en el rostro del más joven que todos sabíamos que se iría antes pues escogía el Deseo su sonrisa nocturna. 12 …qui laetificat juventutem meam… Sólo vosotras, bestias, claros árboles, podéis seguir! Mas, eterno es el hombre. Salvaje privilegio de la muerte, heredad sólo nuestra, mientras derrama el astro su luz sobreviviente sobre ese rostro altivo de ser fugaz, junto a los ciclos fijos, y ese verdor, eterno! Se fue yendo la gloria de los rostros amados, y tornamos, como la ola ciega, al tiempo del cuerpo incorruptible que esperaste y no pudimos retener, llorando en la perdida lámpara, las voces, lo que encuentro creímos y es partida. Oh lo real, el mundo en el misterio de nuestra juventud, que nos aguarda! Nos ha sido prometida su alegría. Nos ha sido prometido su retorno. Eres lo que retorna, oh siempre lo supimos. Pero no como ahora, amigo mío.
PLÁCIDO
Su ligereza de colibrí, su tornasol, su mimbre, su suavidad de hierro indoblegable, su desmoche a las plantaciones de lo secular, su vivir, como el pájaro, en el instante. La maderita débil de sus juguetes y paredes, lo ralo de sus conjuntos y lo desértico de su pecho, la palma sin sombra en el sol de su pobreza real. La forma como vacía la esperanza y la torna lejanía, su sobrepasamiento burlón y corto de las afirmaciones enfáticas, aunque ligeras, de lo diario, su amor a la extravagancia y rareza personal, su petardismo y alborote, el poco fondo de su manoteo y la lejanía inalcanzable de sus ojos. Su ingravidez de papalote en lo azul, La forma como el valor irrumpe y cambia el ritmo en el cajón, Su diablo con diente de oro y el enigma de lo que no tiene enigma y se sonríe. Sus ángeles de mentira con un ala de verdad, sus santos de clavo en el escaparate y membrana de mariposa, El revés de su gracia en el desconocimiento, el revés de su danzante intrascendencia, brisa que se arremolina en ciclonera, soplo suave que luego barre y deja el sol de la intemperie, lo insondable de su irresponsabilidad capaz de originar la chispa que incendie el universo sin ningún plan previsto, la imposibilidad de culpar la culpa de ese rostro que sonríe a la nada y habla de su madre con cariño.
No es que le falte el sonido, es que tiene el silencio.
LORENZO GARCÍA VEGA (1926-2012). El más joven de los origenistas. Poeta, ensayista y novelista. Habría que esperar hasta la década de los 90 para que diera a conocer la autenticidad de una poesía personal e innovadora. Su primer libro de poemas, Suite para la espera (1948), deudor del Trilce vallejiano, de ecos surrealistas y resonancias lezamianas, quedó opacado por la autenticidad de su prosa memorialista Espirales del cuje (1952), un testimonio íntimo y poético de lo criollo. De nuevo en 1979 publicó un volumen de memorias, Los años de Orígenes, un ácido recuento, polémico ajuste de cuentas, de su experiencia como benjamín en el grupo cultural que le dio acogida. A partir de Poemas para penúltima vez, 1948-1989 (1991) y de Variaciones a como veredicto para sol de otras dudas (1993), hasta sus últimas entregas, No mueran sin laberinto. Poemas (1998-2004), entre otras, se revela como un constructor de incómodos artefactos a contracorriente, donde no sólo pone en precario la articulación neobarroca del origenismo lezamiano, sino el sentido último de la escritura, su sentido de representación e interpretación convencionales, para dar paso al escritor autista, desfragmentador del discurso, errabundo entre sus dispositivos, sujeto de una inquietante y tragicómica autoironía. ¿Gertrude Stein? ¿Becquet? No deja de ser curioso que los dos origenistas rebeldes, primero Virgilio Piñera y posteriormente García Vega, constituyan los referentes más apreciados de una zona de las nuevas generaciones de poetas cubanos.
Mesiánica, vencedora de cristales, la noche regodea su sed de toques quedos. Aprestos de su nave surca la estrella alígera, en ondas de concierto vencidas de sueño. (Los pasos que insinúa la orquesta, no es clarín, son ritmos de mudanza el velo de tu cara desteñida) y en círculos presiento el rito de mis pasos –corredor de peldaño- arañando la nuca de la noche invadida. Hablemos de jinetes de entrecortados pasos, su lento galopar insinúa el tacto de la perdida esfinge portuaria. Su lento devaneo… -frío- recorre las callejas y la voz del amigo –punto- sigue su onda y onda en labios extinguidos. La Oda es brisa, copo, premura del ser en sus vacíos. ¿Vacíos? Nevar, agujero en sordina, en relámpago, acusa la vecina enseña de tus gestos. ¡La Oda quiso ser el pie de los jinetes que antaño remontaron lo alígero del sueño!
Sobre el cuaderno, preciso, el calígrafo descorre su escritura. Ojo, en un remoto pasado, el dibujo trazó que ahora copia su manso. Ofrece el dibujo una imagen. Años atrás se ha desplomado la imagen. Sobre sus inertes elementos, en disposición, de ser inventariada. Mediodía, árbol inmutable. Pero con su ilusión de un eterno instante sólo copia, el calígrafo, la copia de lo copiado el día anterior.
¿Quién fue?, ¿rostro? Puntos. Mocho puente, de algunos pájaros el canto: esto para empezar, sin continuar. Y es que siempre he empezado a construir la noche. Siempre lo parásito de una palabra en esquina (como gesto). Podría entonces, decir (frío a fuer de ininteligible), que la tarde como un mapa. Pero me confirmo –confino-, ligeramente desquiciado.
Casi irreconocibles signos estas noches trazando. Adefesios mudos. Cambiando. Cambiándome siempre. Casi invisible, pues, entre espacios diminutos. Y, también revolviéndome sin revolver, grotescamente solitarios, o lo que no me sueña del sueño de una unidad. Así confieso estar, siempre, un poco fuera de mis testimonios. Confieso no comprender bien.
Para el texto estoy persiguiendo abetos y árboles encantados para el texto, como también para el texto la sutil e irónica sonrisa de un congelado vacío. Pero esto, esta labor, sólo llegaría a ser tangible si lograra alcanzar, yo, eso que es superficie de una sibilina astucia verbal.
Como que se encendió en un circo, pues tiene el esplendor falso de una luz neón. Me muerdo las uñas para ello, situado en la misma diagonal donde el pasado, por el lado de una madrugada, fracasó. Así que, también, me limpiaré de cualquier conjuro, pues sólo el viento, ya híbrido, deberá recorrerse.
Una zona de explosión zonza: el día que estúpidamente disiente. Sólo componen, los sucios cartuchos de papel sobre el sofá abandonado en el terreno baldío, un no-presagio. Es lo hecho, o es lo no-hecho, para no decir más. Pero es que, también, con la mirada basta para mantenernos. Soy (aunque no sé lo que esta pueda significar) una mirada.