Hay lágrimas en las cosas que tocan el alma humana
Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt - Virgilio



buscador números anteriores
Valentín Arteaga
Por Miguel Ángel Cervantes
Comparte esta pgina de IbiOculus


FUENTE: http://www.lanzadigital.com



Entrevista

Reseña bio-bibliográfica
Fragmentos de poética: «Poesía y santidad»
Breve antología poética de Valentín Arteaga, a modo de inventario



Entrevista a Valentín Arteaga

Por Miguel Ángel Cervantes

 

 

Valentín Arteaga nació en 1936, poco después de iniciarse la guerra civil española, en Campo de Criptana (Ciudad Real), donde pasó privaciones como casi toda su generación, y se formó en el Seminario diocesano de Ciudad Real. Se salió del seminario para hacer Magisterio, y de repente sintió la vocación religiosa con más ímpetu. Pasó por Navarra y coronó sus estudios en Italia. Sus lecturas y vivencias alimentan sus primeros pasos en la escritura. Acaba su carrera eclesiástica en Roma, donde se codea con esa generación poética de jóvenes consagrados y religiosos que marcaron el cambio de la poesía religiosa y de compromiso social en el último tercio del siglo XX. En el Colegio Español de Roma se aficionó a la lírica y la tertulia poética.

 

Volvió a España y se estableció en Mallorca hasta comienzos de los setenta. La isla marcó gran parte de su poesía.

 

Se dio a conocer como poeta en 1972 con el libro La esperanza del barro (Campo de Criptana, Hito, 1972), al que siguieron otros.  Pero su labor cultural de ejecución, edición y promoción de la cultura y, sobre todo, como poeta, se fraguó en Torrejón de Ardoz.  Su labor pastoral durante ocho años le sirvió para crear un modelo de trabajo en el que aunaba su vocación religiosa con su vocación poética. Fundó, junto a otro compañero poeta, José Mascaraque, en la población del Corredor del Henares, el grupo Síntesis y el Taller Literario del Ateneo Popular.

 

De vuelta a su tierra manchega, ya en los ochenta, ejerció su trabajo pastoral en Tomelloso, donde fundó el Grupo poético Jaraiz y dirigió la revista de poesía El Cardo de Bronce; a la vez que organizó numerosas actividades culturales. Ha formado parte del grupo Guadiana, también en la Mancha. Dirigió e impulsó una colección: «Biblioteca de Autores Manchegos», con el patrocinio de la Diputación de Ciudad Real, publicando a poetas manchegos noveles que han desarrollado su carrera por los cuatro rincones de España y en el extranjero;  así como recuperado a poetas consagrados y olvidados como  Juan Alcalde, Eladio Cabañero, Angel Crespo, etc.

 

En los años noventa su labor continuó en Madrid. Desde mediados de los noventa hasta la publicación de su último libro en el 2008, no ha publicado poesía y ha desarrollado la escritura  desde otro ángulo y con otra finalidad. No podemos olvidar que es un hombre comprometido con su vocación religiosa, que se ha dedicado más a la labor pastoral que a poetizar. Y la poesía, llegada la madurez personal y espiritual, le ha servido para contemplar, escuchar y facilitar la vida a sus hermanos Teatinos con otro talante, desde otro Sitio.

 

Su ego ha sido lo suficientemente cultivado durante el último tercio del siglo XX como para dar paso a la humildad del servicio, a su vocación, y según dice el poeta respecto de su escritura, a una poesía, vocativa también, impregnada de sencillez, Conexión y sobre todo Claridad. Su último libro de poemas publicado fue premiado por el XXVI Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística. El Secretario del Certamen, José Mª López Sevillano, dijo respecto de Valentín Arteaga: «nos invita a desvelar en nuestra memoria las señales de la luz. Y lo hace por medio de la estética de la palabra: una poesía de claridad, júbilo y asombro».

 

Pero si tuviera que quedarme con una definición de la poesía de Valentín Arteaga, lo haría con la de Miguel Galanes, poeta, amigo y testigo de esa carrera sin parangón en las letras manchegas, cuando asevera que «la poesía de Valentín Arteaga solivianta toda imaginación hasta elevarse sobre el mismo espíritu, y desde su duda existencial, crear el mundo más íntimo, ese lugar infranqueable desde el que vencer cualquier borrasca. Una poesía la suya que nos acompaña como bastión del ser humano».

Para profundizar más en la poesía de Valentín es imprescindible leer el memorable trabajo de Luis García Pérez, ilustrado con dibujos de Gregorio Prieto, Celebración de la claridad: aproximación a la poesía de Valentín Arteaga. 1972-1994, publicado en Tomelloso en 1999.

 


Tu formación de adolescencia y juventud está arraigada al mar de las Baleares. ¿Qué ha supuesto este paisaje en contraste con la estepa manchega? ¿Qué paisaje interior ha conformado?

Hasta más o menos los veinte años de edad fui hombre de tierra adentro –eso sí, paisaje ilímite, interminable, circular, el de la llanura manchega–. Luego llegó el mar, o yo a él: su movimiento perenne, su luz envuelta en el misterio, sus cambiantes sorpresas. Doy gracias por el mar, que se me fue convirtiendo en origen y ocasión de alegorías, símbolos y metáforas con el andar de los días. Mallorca, Menorca... ¡Se me iba el corazón a la otra orilla! La llanura manchega– el pueblo, la casa, la madre, el niño...– se me abrió todavía más de par en par. El personal manchego, si se le deja, se va siempre al mar. Yo lo he experimentado. ¡Qué maravilla! Coma decía Azorín: «El paisaje somos nosotros mismos». La vida, a Dios gracias, ha ido extendiendo en mis adentros más hondos un paisaje ancho, alto… Como la tierra manchega, como el mar Mediterráneo.

¿Qué supuso tu estancia en Roma para tu formación y actividad poética? ¿Y el Grupo Estría y el papel principal que en él ocupaste? ¿A qué crees que se debe esa eclosión de poetas y poesía de calidad en el seno de ese Grupo?

En Roma, cuando estudiante , tuve la suerte de conocer a José Luis Martín Descalzo, Víctor Manuel Arbeloa y otros que residían en el Colegio Español, por aquel entonces en Via S. Apollinare, detrás de Piazza Navona. Iniciamos una tertulia de poesía en la que participaba el P. Luis Alonso Schökel, S.J., el gran biblista. El grupo Estría hacia ya algunos años que había cesado. Antonio Montero, José María Cabodevilla, Ignacio Escribano… estaban, aquellos años sesenta, en sus destinos y pastorales. Fue efectivamente un estallido poético que dió origen a un cierto «Mester de Clerecía», o los curas poetas del Postconcilio. En Seminarios y Noviciados hubo en aquella época una cierta de atención a la poesía realmente importante. ¡Qué atmosfera refrescante aquella!, ¡de ilusión, de esperanza, de futuro! Diría incluso de sensibilidad, afinamiento interior que favorecía un acercamiento a la vida de oración. Al recogimiento, al silencio, la lectura edificante, reposada, serena… La poesía, sin duda, nos preparaba muy bien a la clase de vida que anhelábamos.

¿Qué crees que queda de la vida de Estría hoy en día? ¿Hay experiencias semejantes en el panorama poético actual?

Que yo sepa todo ahora es agua pasada. Las nuevas generaciones de clérigos no se fían de la poesía. Hoy, a mi juicio, se sufre de una esclerosis espiritual. Lo contemplativo está en desuso. Haría falta un regreso a los manantiales de la devoción por la palabra, a los cauces del asombro y la admiración por el prodigio gratuito de la vida. La formación que hoy se quiere recibir, me parece, la Liturgia y la Pastoral mismas, es pragmática en demasía, excesivamente exterior y apenas cálida. Impera, se diría, aquello que se piensa será rentable. Sin embargo, lo que más bien hace falta es que los celebrantes y los pastores les delate esa estrella de fuego que arde siempre en la mirada de los elegidos.

En los ochenta y noventa tuviste un empeño ¿Por qué o para qué  universalizar lo autóctono manchego y traer a la Mancha lo universal de tus grandes referentes y amigos como Juan Alcaide, Angel Crespo, Eladio Cabañero y Felix Grande.

Por esas fechas, es verdad, volví a la Mancha. El primer poeta al que tuve el privilegio de acceder, cuando adolescente, fue el Juan Alcaide de «Los poemas de la cardencha en flor», «Jaraíz», «Colmena y Pozo…» ¡Qué lirico tan inmenso! Utilizaba palabras pedernales, metáforas autóctonas radiantes. De regreso a mi tierra– Campo de Criptana, Tomelloso– me reencontré con Alcaide. A Ángel Crespo, que enseñaba en Puerto Rico Literatura Española, lo tenían olvidado en Ciudad Real. Servidor sencillamente hizo que se le recordase. Eladio y Felix eran dos poetas amplios como una tarde en la llanura en la que parece que el ocaso no quiere irse. La «Biblioteca de Autores Manchegos» de la Diputación de Ciudad Real, que dirigía Manolo Juliá, me encargó el librito Cuatro poetas manchegos, que tuve el gozo de preparar con delicioso fervor. Desde todos los puntos de vista fue una suerte inmensa regresar a la Mancha: sus llanos en vilo, los espejismos que el sol provoca en la distancia. Puesto uno en la mitad del campo siente como si centrara el mundo y el tiempo. No hay lugares para esconderte. Te sabes, o te piensas, universal. La Mancha es una parte del mapa muy favorable a la poesía.

Háblanos de esos maestros o amigos que son hitos de la poesía y de esos «alumnos» que surgieron (y a los que les facilitaste sus primeros pasos, su voz) de tus aventuras editoriales y tertulianas. Roma, Madrid, Torrejón, Ciudad Real, Tomelloso…

Me retuve siempre, mucho más ahora, únicamente un «aprendiz de poeta». ¿Maestros?, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda… y ¡claro! Fray Juan de la Cruz. Luego, cuando estudiante en Roma, T. S. Eliot, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo… En mis años manchegos tuve el honor de conocer y tratar muy estrechamente a los poetas jóvenes como Miguel Galanes, Pedro Antonio González Moreno y Federico Gallego Riopoll, entre otros. En Tomelloso echamos a andar los cuadernos artesanales del grupo Jaraíz, El Cardo de Bronce. A su vera surgieron Natividad Cepeda, sobre todo, y Manuel Moreno. Fue el tiempo aquel muy hermoso y fecundo. Lo recuerdo con deleite. Como recuerdo, también de modo especial, a los conquenses Carlos de la Rica y Rafael Alfaro. Andábamos siempre todos, desde nuestro enclave manchego, metidos en cantidad de iniciativas culturales: Encuentros, Jornadas, Certámenes, Recitales de poesía… No olvido a los poetas del grupo Guardiana: Vicente Cano, Raimundo Escribano, Francisco Mena Cantero, Carlos Baos Galán… Cuando de nuevo tuve que dejar La Mancha lo hice más enriquecido de humanidad. Me llevé a mi nueva vida las alforjas repletas de nutrimentos luminosos.



Sabes del respeto, afecto y admiración de las personas que han formado parte de tu camino, con visiones de la realidad y el hombre cercanas y totalmente opuestas ¿Cómo lo has conseguido? ¿Cuál es el vínculo con ellos?

Sencillamente, se dió una relación cordial muy sincera y profundamente respetuosa con el modo diverso de ser y las costumbres de cada cual. Cogidos de la mano de la poesía, compañera común, caminábamos al paso las tierras abiertas de La Mancha. Es una región que no da para desavenencias ni reveses. Mide las distancias, eso sí, recelosa alguna vez. Es, sin embargo, muy propicia al abrazo. Yo lo pasé muy bien cuando lograba sin esfuerzo apenas por parte mía, que la gente se uniera y emparentara.

¿Qué papel ha jugado en ese entramado de vínculos personales y sociales tu actividad en el campo de la animación socio-cultural, las tertulias y la edición?

Yo estaba allí sin más ni más. Cuando me era posible organizaba encuentros y recitales, o participaba en ellos. Tuve interés siempre en conocer y comentar la poesía que por entonces comenzaban a escribir aquellos jóvenes amigos. Aún no se ha roto, en bastantes de nosotros, el lazo de la admiración y el acompañamiento mutuo. Aunque es verdad que mi residencia actual en Roma ha hecho que tenga que retirarme de tertulias u otros entretenimientos. Las circunstancias cambian mucho, influyen y condicionan. Lo que no impide de tanto en tanto el encuentro con algunos compañeros de peregrinación de entonces: Natividad Cepeda, Federico Gallego Ripoll.

¿Compartes la afirmación que a menudo se ha hecho de tu obra según la cual se asevera que tu poesía es una escritura de ‘claridad, júbilo y asombro’?

Tal vez. Andar en poesía es desde luego, a mi juicio, algo así como ponerse a peregrinar en busca del Misterio, y éste, naturalmente, al revelarse, le envuelve a uno en la claridad, el júbilo, el asombro. Mi poesía, creo, es celebrativa, y quisiera ser cántico y exultación, o experiencia de deslumbramiento. La capacidad de aproximarse a la poesía es un don. Si te toca los ojos con sus manos, puede descubrir el trasluz de la vida. La poesía le llama a uno aparte, y él va o no. Después es cuestión de fidelidad, nada más. Mas si un día le das la espalda, ella se vuelve a sus moradas.


 Hay pilares en tu poesía: la madre, la infancia, la memoria, las raíces, la belleza, la luz, la transcendencia… un lenguaje de la tierra y una simbología religiosa que todo lo impregna. ¿Existe alguna declaración de intenciones poéticas en la elección de esos motivos o todo obedece a una libre elección, sin más, por las obsesiones e inquietudes que siempre te han acompañado?

Es posible que, a pesar de todo, la modesta poesía que he ido poco a poco levantando en mi corazón, incluso aquella que ahora con un poquillo de ironía muy particular denomino «profana», sea toda ella «religiosa». Es decir, ceremonial, de bendición, de agradecimiento. Como de uno que, asido al borde de la túnica de la esperanza, se siente constantemente en búsqueda, insatisfecho, deseoso del más aún todavía. El tiempo pasa, las experiencias personales pasan, la vida va yendo adelante. Cuando, alguna que otra vez, en el recodo del camino, se detiene uno a ver cuanto está sucediéndole, experimenta cómo le aprieta los cuajos del alma más y más la añoranza misteriosa del Porvenir. La Poesía, cuando es verdadera, es un estimulo insofocable a perseguir la altura.

El corazón del hombre y del artista dirime la encrucijada que se establece entre la percepción dramática de la caducidad de lo bello del mundo que contemplamos y el gozo de participar de esa belleza. En este sentido, a la luz de tu propia experiencia artística, cómo entiendes la afirmación del célebre verso de Virgilio: ¿hay lagrimas en las cosas que tocan el alma humana?» («Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt», Enedida, Libro I, verso 462).

La persecución de la Belleza produce mucho aturdimiento. La Belleza es, cuando se nos aparece, alérgica a ser detenida. Su huída, ni que decir tiene, nos lleva a sentir, fuerte, honda, la experiencia que supone tener que reconocer que somos menesterosos, pordioseros. La poesía, al cabo y al fin, a mi juicio, remite a la plegaria. De ahí que todo poeta rece siempre: «Concédeme, Señor, percibir la lágrimas de las cosas». Lo demás es distracción.

¿Y, en esta línea, qué relación crees que hay entre la belleza y la verdad?

La Belleza es la Verdad. O su esplendor, como en la Encíclica. Dios es Bello. Unum, Verum, Pulchrum!  Las cosas se reflejan en Él, en su Rostro. Esto lo adivinan los poetas místicos, los cuales tienen el secreto de lograr acceder al venero más profundo de la Poesía, allí donde deja de ser vehículo la palabra, pues su rastreador experimenta estar al fin delante del Tú absoluto y envolvente, el Inefable, el que no puede ser dicho. Existen profundidades humanas –y divinas– que la religión, la teología, la filosofía, la ciencia en general, son incapaces de ayudarnos a descender, o subir, hasta ellas. La poesía sí, de algún modo. Las intuye. Las percibe por medio de un sentido especial y ayudándose sobre todo de la Belleza. Es oficio de poeta testimoniar con la vida y la palabra que el ser humano está hecho para el Éxtasis.


 

 

Reseña Bio-Bibliográfica

Valentín Arteaga y Sánchez-Guijaldo, poeta y religioso teatino español,  nació en Campo de Criptana en 1936. Ha publicado ocho libros en prosa y más de veinte poemarios desde 1972 hasta la actualidad. Ha sido galardonado con numerosos premios, entre ellos: «Ciudad de Palma», «Ciudad de Puertollano», «Fray Luis de León», «Eladio Cabañero», «Ciudad de Linares», «Bahía de Algeciras», «Gerardo Diego», «Florentino Pérez Embid», «Jorge Manrique», «Santa Teresa de Jesús», «Ciudad de Cuenca», «Juan Alcaide», «Blas de Otero», «El Olivo» y el «XXVI Fernando Rielo de Poesía Mística».
 

Obras

- La esperanza del barro y otros poemas, Campo de Criptana, Hito, 1972.
- De par en par, Campo de Criptana, Hito, 1973.
- Dios en voz baja, Torrejón de Ardoz, Ateneo Popular, 1975.
- Y aún no había raíces..., Madrid, Algar (Colec. Síntesis de Poesía), 1979.
- Las barcas de la memoria, 1984.
- Un rostro va en su música, 1985.
- Mujer junto al poniente, Talavera de la Reina, Colec. Melibea, 1994.
- El viento y las alas, 1996.
- Umbral de la distancia, 1983.
- Arde el sol como un templo, 1980.
- Retablo de ceniza, 1981.
- La espalda de Adán, 1984.
- Inutilidad del crepúsculo, Madrid, 1989.
- Cayetano de Thiene: un testigo del sermón de la montaña, 1986.
- Cuando llueve en tus ojos, 1975.
- Resplandor para un éxtasis: exultación y deslumbramiento de Sor Úrsula..., 1993.
- El mar en la patena, 1981.
- Los peldaños de la luz, 2000.
- Tránsito, Jaén, Colec. Señales de Poesía, 2000.
- Siete salmos en vilo para arrodillar los colores, 1995.
- Cuando regresa el mar hasta mis labios, 1985.
- Tierra Clementísima.
- Misa de Navidad, 1984.
- Regreso al corazón del Evangelio: Vida Interior de Cayetano de Thiene, 2000.
- La niebla transitada, 1991.
- Padre nuestro sin más: San Cayetano de Thiene 1480-1980, 1980.
- Manual de ceremonias, 1992.
- Oficio en mi menor, 2008.
- 4 poetas manchegos: Juan Alcaide, Angel Crespo, Eladio Cabañero, Félix Grande, 1985.
- Con Joan Terrasa, La muerte plenitud de la vida: Diálogo con el P. Antonio Oliver, 1996
- Con Antonio López Torres, López Torres: Retrato y fábula de un pintor de Tomelloso, 1992
- «La sed en la poesía religiosa de Juan Alcaide». Revista Hito, cuaderno n.° 7; noviembre de 1969.

 
Bibliografía


    

- Celebración de la claridad: aproximación a la poesía de Valentín Arteaga, Luis García Pérez, Tomelloso, 1999.
- La tierra iluminada. Un diccionario literario de Castilla-La Mancha , Francisco Gómez-Porro, Toledo: Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, 2003

 

 

 

 Fragmentos de poética: Poesía y santidad
Selección de Miguel Ángel Cervantes


«La poesía, que semejaba un juego y una intromisión temerosa, un peligro sublime, en el fondo era un andar a la busca de la claridad y de la niñez aún. Cuando deja uno de ser niño comienza a asustarse del todo y de todo. Con un trozo de pan en la mano y una palabra se tiene asegurada la niñez para siempre. Igual que cuando se acurruca uno en la amable sensación de cobijo de la querencia de la madre.
 
[…]

 Es cierto, en tiempos de carencias elementales habría que convocar a los poetas desde púlpitos y cancillerías. Cuando se decreta fiesta general por medio del ordeno y mando o los jefes que nos gobiernan se contemplan la propia satisfacción con ineludible deleite, nosotros nos metemos en nuestro cuarto y nos ponemos de rodillas a rezarte, Señor Dios mío. Si las palabras permanecen encadenadas no son palabras. Y cuando se las manosea o se hace de ellas un reducto de hipocresía se comete un delito de lesa humanidad. A los demás les puede estar permitido que engañen, al escritor no. El escritor está al servicio del hombre. El escritor escribe para salvar a sus semejantes. Si no, lo que debe hacer es retirarse, porque el sol es para los justos y pecadores y la esperanza para los bienaventurados, a quienes les está permitido que se les persiga y maltrate. El poeta aunque se le entregue a los tribunales ha de decir siempre la verdad. Una palabra es siempre verdad, igual que una mujer es siempre una mujer porque posee en sus entrañas y en su corazón el insofocable destino de continuar la vida. Un poeta no puede ser mentiroso porque es santo. O sea, está emparentado con el sublime misterio de los orígenes del palpitar primigenio de la humanidad. Si a la humanidad le traicionan sus escritores, ya no tiene arroyos en su aurora la esperanza. El pueblo necesita de la alegría irrebatible de vivir. Para que el pueblo conozca el gozo de vivir necesita de la verdad y la libertad del poeta. Cuando el poeta es amordazado, alguien se quiere cargar al pueblo, alguien tiene interés de encenagar los resplandecientes arroyos de la libertad y de la verdad. Caminar en poesía es irse internando en el dulcísimo reino de la santidad sorprendida. No era, en efecto, ni un juego ni una intromisión sino una irrenunciable manera de conducta y un envolverse, gloriosos en los mantos de Dios, una forma de librarse de la prisa que no regla y cuadricula todo, o la mística nos ha estado guiñando un ojo desde los ribazos de los montes.

[…]

Tal vez la poesía nos conduzca a la santidad. Al final de todo ¿qué es la poesía sino una forma de oración, un grito de auxilio, un peldaño más de la escalera que sube del patio de casa al desván y hasta la banqueta misma que arrimábamos al ventanuco para contemplar el amanecer? Hay noches y noches, dijimos, eso es cierto. La poesía, quede constancia, destruye todo lo malo de algunas noches».


De Los peldaños de la luz (Ediciones Soubriet, 2000)

 

 

 

 

 

Antología poética de Valentín Arteaga, a modo de inventario


  

 

ALZA EL APOCALIPSIS SUS PEANAS

 

De nuevo va subiendo la hermosura,
peldaño tras peldaño, Apocalipsis
anclado en un recuerdo de palmeras
y desierto encendido; va al futuro
con la sangre hecha antorcha, tanteando
las barandas crujientes, hacia un templo
luz ya final. El hombre
se vacía en la cumbre de sí mismo
regresando, desnudo, a los fontales
espacios ardorosos, mar en frente,
olivos, viñas, tardes luminosas
y antiguas eras altas, diosas vírgenes
encima de las trillas, desatados
sus cabellos de música en los pórticos
del corralón final del santuario.
Este polvo ardoroso, esta hornacina
universal de hatos, cabras, dioses,
galeras de cebada, rosas, pozos
en el zaguán con parras del paisaje,
se elevarán en oro, maderamen
sagrados, y esta especie,
estriada de hoy, vendrá a la aurora
que espera, agazapada entre los siglos.
La postrer decepción de la belleza
subirá al esplendor, luego de densos
diluvios seculares; nos iremos
estirando otra vez, esbeltos, puros,
los hombres hacia dioses.
       Habrá sido
un eclipse de sol, una ancha lágrima
partida al bies el tiempo, y las peanas
de las cosas ardidas tal vez suban
al poema del júbilo, en volandas.

 

De Retablo de ceniza (1981)

 
    

 


 

 


MÚSICA DE AMANECER - 6

 

PIEDRA animal tan múltiple, qué viento
cinceló su fijeza.
Su luz hiere las aves. Es un rostro
de extática ansiedad, de disparado
y ardoroso clamor, es casi límite
ceremonial del cuarzo y la gacela
elevados y eternos, ancha selva
el pensamiento aún.
Rostro que quede
quizá como señal.
Oh, temor de mirarlo, balbuceo
de la historia que estrena en las hipnosis
la luz cobre del aire, el sobresalto
del tiempo casi humano, perfil duro;
rostro que no ha vencido, pero empuja
las cancelas del aire. Rostro en piedra,
terca evidencia pura que hubo un día
vida aquí en el paisaje y en la música.

 

De Un rostro va en su música (1983)

 

 


  

 

MÚSICA DE MEDIODÍA - 6

 

 CREO tu desnudez, dios me contemplo
nombrando tu hermosura tal un barco
que de pronto entrevemos desde siglos
de columbrar sorpresas, rodearse
de música y más música. El silencio
subraya las orillas de tus cejas.
La playa de tus labios se arrodilla
y entra el barco en el puerto de mis dedos
lo mismo que tu nombre. Es mediodía
en todo el mar ahora. Me desnudas
las olas y los ojos. Ahora eres:
la inocencia infinita, tiempo azul,
un sol de par en par. Abrimos puertas
totales al misterio. Un agua en llamas
se choca entre los dientes, la escollera
del corazón. Convierto tu hermosura
en arena caliente. Tienes huellas
de viajeros y náufragos. Yo soy
quien vino a redimirte. Vístete
sólo ya con la música, me has hecho
traslúcido también como tu cuerpo.

 

 

De Un rostro va en su música, (1983)

 

 

EXILIO EN PRIMERA PERSONA

La tristeza no existe, se insinúa.
El fraude, el desamor, los otros nortes.
Los muros medianeros, sí, entrevuelan
el tedio gris y oblicuo, todo el lienzo.
Sólo el tedio es verdad, tan puro, inerme.
La soledad más leve que levanta
casi apenas el aire, polvo al raso.
Una cerilla núbil en repudio.
Acaso nadie vive en estos predios.
Hay un retablo antiguo, sin imágenes.
El sol nos resquebraja las rendijas
y se ve el plenilunio, no la muerte.
La luz vocea campos y manceras,
diluviales horcates, un mutismo
de apedreadas hoces, los barbechos,
un sinsabor voraz por el paisaje.
Aquí he traído el día para verme
y no, no estoy ya triste, no lo he estado
jamás. El almanaque se me rompe
ante un cardo de vidrio melancólico.
¿Seré yo esta cardencha de latón,
el bronce vegetal de aquel sendero,
un cuadro por pintar cuando el verano
se tuesta en este horno de mis sienes?

 

 

De Umbral de la distancia, (1983)

 

 



 

 




El amor es la lámpara votiva y reverente
entre los ojos fríos. Balbucea el espíritu.
Ah, cuánto cierzo bate los portones cerrados
de la memoria. Vamos haciéndonos mayores
casi a la vez. Te invoco. Dónde están los vencejos
de tus tardes de oro, la barca en que viniste.

En ninguna ola llegas. Todo aquí nos lo traen
de otras tierras. El viento, ay, cómo grita, quema.
la ciudad está sola sin ti ahora mismo. El agua
no te copia. Yo iba hacia mí, te he buscado
por la orilla. No queda ni un recuerdo tan solo
del futuro. Ya somos esa huella en la arena
que despacio se borra. Ni siquiera he besado
tu frágil gesto, el vuelo de tus manos bañadas
de resplandor. La vida se deshace en el aire.

Seguro que volvemos cuando pasen los años
a memorar crepúsculos, a rozarnos los ojos.
Toda tú eres presente. Destruyes almanaques.
te enviaré en cada sobre pretéritos palomas.
tú estarás a la puerta de tu casa encalada,
joven como una diosa mirando a las columnas.

Quizá un invierno llegue cuando menos lo creas
para leer muy juntos, horóscopos de sándalo,
ponerle a los recuerdos su verdad expresiva.

 

De Las barcas de la memoria (1984)


 

   
 

 

LIMPIAME, amor, los labios de cerezas fugaces.
Me echo el agua desnudo, sin ningún ornamento.
Mas aunque todo fuera solamente palabras,
el agua está envolviéndome como capa pluvial.
el faro está encendido en un rincón del ábside
y nos purificamos, nos lavamos el cuerpo
para poder subir las barandas del día.

Hombres de las masías, chicas de los pinares,
pero de qué tenemos que lavarnos nosotros
tan antes de esta pura celebración agraz
si no hemos hecho nunca el amor en dialecto,
ni hemos bebido vino con los pobres, si somos
una tribu solar, una estirpe de reyes,
una raza de atletas con la frente signada.

Yo quiero, mar, mirarte derechamente hermoso.
Pero, sí, lávame las manos ahora enteras.
Deténganse los árboles, la lámpara, el camino:
Naufraga todo el bosque en las gradas del templo.
de las cimas del alma se me resbalan siglos,
parvas, pájaros, tardes, carmesíes palabras.
en las sacras se empozan poemas oceánicos.
Pero tú límpiame la frente con palomas. (…)

 


De Cuando regresa el mar hasta mis labios (1985)

 


 

 



 

He dicho paz, amigos, antes de revestirme.
Una muchacha fuma marihuana
en la Plaza Gomila. Por la Piazza Navona
oigo un canto español que me enternece
como un salmo tirante de dehesas
y huele a suero el campo por la tarde.

En San Cosme y San Damián están tocando
las campanas a amor, y Vía Véneto
es tan cosmopolita como un libro
de Ungaretti esta tarde, amiga mía,
siciliana muchacha de terracota pura.

Decido amar la paz sobre todas las cosas.
Hablamos de la Mancha por el Campo dei Fiori
y vivir es hermoso igual que una naranja,
o este cáliz de oro que me embelesa el ánimo,
dejar correr la barca en Biniancolla…

De Cuando regresa el mar hasta mis labios (1985)

 

 

 


 

 

 

CONSTATACION FELIZ

 

Toco mi cuerpo ahora, lo evidencio.
Constato el apellido de mi greda.
Qué maravilla tanta claridad
de mosaicos azules y jardines,
pozos, ventanas, patios, bovedillas
sosteniendo los éxtasis o el barro
con que estoy construido. Palpo el júbilo,
la añoranza de barca de mi pecho,
esta fragilidad de mi ceniza,
el péndulo del alma, rozo el sol,
el inmortal anhelo de las fuentes
de mis ojos de tierra, ah qué hermosísimo
tener cuerpo de lluvia, cerciorarse
que resuena la vida por mis pies,
súbese por la espina hasta los hombros
y arcilla enamorada es la pregunta
que edifica mi sangre. No estoy hecho
sino de mucha espera contenida,
de macizos deseos, tensa fiebre,
cañaveral respiro, ansia indomable,
un recuerdo infinito de jardines
y esta tristeza lenta que me raja
el cortezón maduro de mi carne.

 

 


De Manual de ceremonias (1992)

 

 

 
 

 

  I-9 

 

 

El principio y el término se juntan
por la mitad, se unen en el centro
del instante presente.
Lo que ya sucedió sucede ahora.

Cruzaba un ciego el puente aquella tarde
y lo sigue cruzando mientras tú,
abandonado al aire de ti mismo,
sujetas las barandas.

i En el momento último
me agarraré a tus manos como un niño!

El tiempo es como el agua.

El manantial primero nos conduce
a la orilla del mar.

En la orilla del mar por donde mires
la realidad acaba presentándose
delante de los ojos.
No cicatriza el tiempo la costumbre.

El tiempo viene y va como un milagro
puntual y futuro.

En sus brazos las madres llevan niños
como si fuesen cántaros.


Ah este cántaro
donde me apoyaría a todas horas
para saber que llegas de la lluvia
del principio y el término ya mismo.

 

 

 De Tránsito (2000)

 


 

 

 

 

 

 

DIOS TE SALVE

 

 

Bien lo recuerdo,
entraste en mí lo mismo que una tromba
de lluvia inesperada o como un ángel
con todos los permisos para anunciar la luz.

(Las madres viven cerca de los ángeles y cerca de la sed
que agarrota la garganta de los campos)

Entraste torrencial mientras las fuentes recitaban Dios te salve
y todas las campanas del mundo repicaban al Ángelus.
Bien lo recuerdo,
eres como un viento muy suave que entorna los postigos.

(Musitaban las madres: Este hijo, este hijo.

Qué será de este hijo cuando remita el tiempo
la costumbre de amanecer temprano.
Fervorosas rezaron: Ave, María.
Tan parecidas a los ángeles de las Anunciaciones.)

Era que la gracia nos ponía
ante la madrugada. La Mujer, tan clarísima
en medio de lluvia,
iba a su oración y sus silencios

 

 

 De Oficio en mí menor (2008)

 


 

 

 

 

contacto
www.ibioculus.com | © 2008