El “Canto nocturno del pastor errante de Asia” según Davide Rondoni
Davide Rondoni, llegó al corazón de Madrid, a la misma Casa de Campo y nos habló del Canto Nocturno de un Pastor Errante de Assia.
Che fai tu, Luna, in Ciel? dimmi che fai silenziosa luna?
Davide, poeta de la palabra emocionada, el 24 de Marzo, ya por la noche, habló a cientos de jóvenes, tras un intenso día de encuentros y tertulias, y habló de Leopardi, habló del eterno diálogo del hombre con su destino, con su otro yo más íntimo, y más aún Davide nos introdujo a todos en la aventura infinita del lenguaje poético, de la palabra desbordada de sentidos y emociones.
Carmen Giussani, nos presentó al Rondoni y nos dio pistas que nos acercan a la poesía de Leopardi, marcó un paralelismo con Miguel de Unamuno, entre el cristianismo crítico, escéptico, doliente, del español y el agnosticismo tan teñido de desesperanzas, tan hundido en el destino trascendente del hombre, del poeta italiano.
El poeta Rondonni, divulgador literario, conferenciante, filólogo, con sus palabras italianas o castellanas, a veces híbridas, siempre coloristas y vivas nos envolvió en esa búsqueda personal, en ese diálogo entre el lector y el poeta, que es la poesía. Un hermoso esfuerzo, valioso y admirable que parece emparentado con la gigantesca tarea del genial Roberto Begnini y su hérculea proeza de lecturas de La Divina Comedia en gira mundial.
Maravillosas iniciativas que quizás debiésemos importar a esta España donde la emoción poética, la sensibilidad por la palabra precisa y su matiz más hondo, parecen estar aún buscando su hueco entre folklorismos, exaltaciones políticas o egos esteticistas.
Vergine Luna, tale è la vita mortale
El Canto Nocturno de un pastor errante de Asia es una elección valiente y directa, el poema es una campanada en el oído del joven inquieto, el que busca, el que no quiere aceptar todo lo que le den, el que no tiene miedo a la visión del infinito, a la nada (a la casi nada que es el hombre, como nos indica Rondoni con su aplastante sentido común) , al cielo en su majestad, a la vida que pasa en su humildad, a veces en su miseria, al enigma de la injusticia.
Leopardi no esconde los temores terribles del poeta, del hombre joven que ha llegado a su plena consciencia y contempla las contradicciones del pensamiento trascendente, de la contemplación amarga de una belleza sin límites, esa visión sublime y al mismo tiempo atormentada, no la esconde, ni esconde que la vida pueda ser un sinsentido de penas y consuelos, un círculo vicioso que quizás nadie comprende.
Se la vita es sventura perqué da noi si dura ?
¿Quién no tuvo nunca la tentación de preguntar a la Luna? ¿Quién no quiso alguna vez saber qué piensa la Luna solitaria, eterna, peregrina, jovencita inmortal, virgen luna, pensativa, muda…?
¿Quién no quiso alguna vez mirar como mira la Luna? En silencio, de lo más alto, por ver si tiene algún sentido el trasiego de la vida mortal, ”il partir nostro, il sospirar che sia“, y encontrar, quizás, quién nos convenza de que nuestro sufrimiento consciente, nuestro tedio tan humano, tiene sentido.
Mientras tanto el pastor que canta a la luna envidiará a sus rebaños dichosos que por ser meros animales desconocen de su propia miseria, que pronto olvidan el dolor y la fatiga, y que no necesitan encontrar una razón para esa vida, que desconocen el hastío. No como al triste pastor que cuanto más sentado sobre la umbrosa hierba más cansado se siente, más se le clava el aguijón del tedio en el espíritu, es el poeta que aunque se sienta en las hierbas más mullidas nunca consigue encontrar reposo.
¿Qué joven no se estremece al escuchar al pastor, a Leopardi, a Rondoni, desear que su girar eterno, su lucha, su dolor, le puedan hacer bien a cualquier otro porque a él la vida ya no le puede traer otra cosa que no sea el mal?
Questo io conozco e sento que degli eterni giri che dell´eser mio frale, qualque beno o contento abra fors´altri; a me la vita e male.
El impacto de la palabra poética, del análisis poético en el joven inquieto puede suponer una chispa que defina su vida.
La visión profunda, heroica en su intimismo, de Giacomo Leopardi, su forma de confrontar cuerpo a cuerpo la conciencia de la nada en su simplicidad más terrible, la contemplación de las verdades eternas desde la humildad del solitario, del poeta; todo conmueve. Y la lectura sosegada de Rondoni, su manera de explorar los misterios del “Canto Nocturno”, de disfrutar de su belleza, de la riqueza expresiva de la perfección formal de un texto aparentemente sencillo, hasta monótono, marcaría una huella en más de un joven de los que asistieran a la conferencia.
A lo largo de los Cantos Leopardi interpela a menudo a aquél que está fuera de este mundo, aquellos seres inmortales, como la luna, y como las estrellas (Le Ricordanze), a la primavera, al infinito, a bajo relieves de sepulcros, al amor y a la muerte, contertulios inmortales, seres infinitos o casi infinitos que quizás sepan algo de nuestra mortal condición. Quizás nuestro poeta anhela un lugar, quizás añora su patria, la patria perdida del poeta.
Cuentan que en 1828 Leopardi leyó en el periódico Journal des Savants la historia de unos pastores nómadas de Afganistán que tenían por costumbre cantar tristes canciones a la luna y que la delicada intuición del poeta le inspiró este extraordinario Canto, y quizás sea este Canto el que recoge con más fuerza el yo de Leopardi y uno de los que con más determinación se enfrenta al tedio o a la nada, los males crónicos del poeta.
Ójala que Leopardi y Rondoni sirvieran para prender en algunos de los oyentes la llama de la poesía, la poesía leída, escuchada, vivida.
Seguro que el esfuerzo servirá, que la mirada valiente de Rondoni, su palabra entre el italiano, el español y el idioma de la pasión por la poesía, por las verdades más profundas del ser humano habrá marcado más de uno de los jóvenes corazones que llegaron a la Casa de Campo.