Captadores de instantes. Microrrelato, relato corto y fotografía

Por Blanca Álvarez de Toledo

 

Imágenes que logran captar el instante. Instantes que se expanden en varias historias. Historias que muestran el drama de la sociedad actual. La relación entre fotografía y relato tiene muchas manifestaciones. Queremos dejar constancia de algunos ejemplos con estos relatos nacidos a partir de una serie de fotografías de la fotógrafa Conchi Bueno: www.cbueno.es

«Pobreza relativa»silla

Mauricio pasará una noche más en su herrumbroso trono. Tiene un sombrero roído, su sombra y una bolsa llena de fracasos (Álvaro García-Romeral).

 

 

 

«El color último»

Hace dos años pintamos las sillas de verde pistacho. El año pasado, de amarillo mediterráneo. Este, de rojo brasa. «Y al que viene las pintaremos de azul cielo», me dijo mi tío, cuando aún no sabía lo del tumor (Raúl Asencio Navarro).

 

 

 

suelo

  «Monótono»

Pasados los años, llegó a la casa abandonada. Abrió la puerta de su cuarto de juego y descubrió que las baldosas negras y blancas se habían agrisado; o quizás antes ya eran así (B.A.T.)

 

 

 

 

 

 

 

«La invitada»
por José Jiménez Lozano

-Ya sabe usted lo que la aprecio y el respeto que la tengo, y también el agradecimiento por lo que hizo usted por mi pobre madre cuando se cayó y estuvo escayolada varios meses y luego la operaron y luego otra vez la escayolaron, ya sabe, y yo viví en esta casa mientras mi madre estuvo en el hospital. ¿Para que voy a explicarla? Pero llevo semanas tratando de decir lo que tendría que decirla, pero es que, cuando vengo a buscarla, siempre me acuerdo de lo que tengo que decirla y no me sale.

-Pues me parece que nos conocemos bien y amigas somos desde que tú eras una mocosa, y confianza nos tenemos, y siempre nos echamos una mano en lo que podemos, y siempre hemos sido más claras que el agua clara.

-Sí, pero es que tengo que decirla a usted una cosa que no me sale porque me da vergüenza.

-Pues hija tú te vas a la habitación donde yo duermo, o me voy yo, y tú desde esta cocina o desde mi habitación dices lo que sea, y yo te oigo desde la otra habitación.

-Es que, a lo mejor es una pregunta indiscreta y que la puede molestar.

-¿A mí me vas a molestar tú ahora con preguntas, a estas alturas de mi vida?

Estaban las dos, la señora María y su vecina la Eulalia en la cocina de la primera, como los otros días que la Eulalia venía a esta hora para que no estuviese sola y se fuese a comer con ella y con su madre.

-Porque donde comen dos comen tres y  el gobierno lo debe saber, porque nos da dos perras y nos quita una, pero allá ellos con su conciencia,  échese usted un abrigo encima que hace un buen frío y vamos a comer a casa – dijo Eulalia.

cocina

Pero entonces ella dijo que no, que ya había ido varios días y luego la sobraba la comida, porque ya por la noche no tenía gana y, como no tenía ni gato ni perro, y un pobre nunca se acerca a pedir a casa de otro pobre, pues tenía que tirar toda la comida, y esto no estaba bien con tantos pobres que se comerían hoy las lentejas que tenía hechas y hasta a lo mejor no tenía ni que calentarlas siquiera, porque las iba a comer precisamente cuando  entraba ella, la Eulalia, por la puerta de la casa.

-Así que dile a tu madre que ya iré mañana, que no pondré comida- dijo la señora María.

-Como usted quiera – dijo la Eulalia.

La señora María la acompañó a la puerta y la despidió. Y entonces la Eulalia anduvo un buen trecho hacia su casa, pero luego se volvió y vio que la señora María había quitado de la placa las dos ollas que ella veía puesta todos los días, y lo había hecho rápidamente, porque enseguida se había acostado.

-¿Y esto? –dijo la Eulalia-. ¿Es que la ha dado algo?

-No, es que me he excedido un poco en la comida, y tengo mala digestión, así que me he tomado un bicarbonato y me he acostado.

Entonces la Eulalia, cruzó los brazos, y dijo que ya había llegado la hora de hablar claro y lo que iba a decirla y tenía que decirla era que ella la había hecho traición y en un momento en que la señora María había ido a dejar en su habitación la toquilla que se ponía para salir, ella, la Eulalia, como ya llevaba semanas que no olía a nada en la cocina, se había puesto a fisgonear y fue levantando la tapa de las  dos ollas que veía a diario en la placa apagada. ¿Y qué había encontrado? Pues agua sola y solitaria, así que, cuando se lo había dicho a su madre, ésta la había contestado que forzase a la señora María como pudiera y la llevara a comer a casa, que por lo menos ellas tenían una pensioncilla aunque fuese de miseria, y luego, entre las dos recogían cartones y la Eulalia cosía y remendaba lo que fuera en alguna casa; y la señora María ya no tenía nada, por lo que se veía, de modo que ellas harían tres partes de su comida, y ya estaba.

Pero la señora María dijo que ahora sí que la ponía en un aprieto por haber fisgoneado en el agua de sus ollas de acero inoxidable, que era como un espionaje y una traición, y haber visto que sólo contenían agua, porque no solamente no volvería a ir a comer a su casa, sino que se dejaría morir de hambre y de vergüenza de no servir para ganarse el pan con sólo setenta y cinco años, y, también y mucho más, por no valer ni siquiera para engañar a los demás con las ollas puestas ahí en la cocina bien visibles.

Pero la Eulalia  dijo a la señora María que eso no se hacía, y cuando había amistad se decían todas las cosas, y ella no tuvo más remedio que fisgonear porque la extrañaba que no la dejase estar en la cocina y que siempre dijera que la acababa de apagar, porque la comida ya estaba hecha, y si la señora María se enfadaba pues lo sentirían mucho su madre y ella, y se calló y las dos mujeres estuvieron un buen rato en silencio, hasta que de repente, pasándose por los ojos la punta del delantal, y mirando luego a la Eulalia dijo:

-Perdonadme tú y tu madre de que os haya engañado algún tiempo con las ollas, hasta que tú fisgaste en ellas, pero tenía que disimular conmigo misma, porque ¿qué es una mujer, si no pone en la lumbre una o dos ollas con agua, una  para la comida y otra una necesidad que hay siempre de tener agua caliente?

Y añadió:

-Sólo os pido a tu madre y a ti que no dejéis que me lleven a ningún sitio y no me dejéis morir como a un perro, y que no os retiréis de junto a mi cama hasta que yo me muera.   Luego ya podéis quedaros con las ollas, y todo lo demás. Yo creía que no sabíais que yo no tenía que echar nada en el agua de la olla, porque de otro modo nunca hubiera salido  de este cenáculo.

-¿Y lo que usted hizo por mí y por mi madre, no lo cuenta? La estamos muy agradecidas, señora María

Pero la señora María ya no la contestó, y la Eulalia la tomó de las manos que tenía sobre la colcha y estaban frías, pero se percató de que toda la habitación estaba helada. Y entonces la señora María abrió los ojos y dijo:

-Vete a tu casa un poco y esperáis a que me prepare y empiece a morirme No podéis esperar en la cocina porque la bombona de la estufa de gas está vacía hace tres meses, porque no podía comprar otra bombona si tenía que comprar un poco de pan y un poco de miel para ir tirando, y, además, porque no tenía nada que guisar, y ya sabía yo que no voy a estar mucho tiempo en este mundo con vosotros.

-Pero usted no se va a morir ahora mismo ¿verdad, señora María?

-No, hija. Me moriré cuando Dios quiera. Estas murrias que tengo sólo son ansiones que me dan, de vez en cuando, de estar con mi madre, la pobrecilla, que lleva muerta quince años, y las ganas que tengo de que ya no necesite yo ollas ni siquiera para que parezcan a mi misma  que están llenas de un buen caldo o de agua para hacerme una manzanilla.

De manera que la Eulalia se quedó allí, sentada en un taburete junto a la cama, con la señora María, hasta que se la pasase el ansión,  de estar con su madre y lo de las ollas, y luego ya la pudiera convencer de ir a comer con ellas.