editorial

editorial

IMAGEN: Conchi Bueno

¿Cuáles son los aspectos que atañen a la visión poética que abandonando el ámbito de obsesiones del autor se convierten en materia de interés para todos? Y más aún: ¿Por qué algunas de estas cuestiones son pertinentes en todo tiempo y toda época?
Estas son las preguntas con las que concluíamos el editorial del número anterior y a las que no queremos sustraernos en esta nueva entrega de nuestra revista. Acaso, porque cualquier hipótesis de respuesta ha de resultar verificable  a partir de los contenidos de cada uno de sus números.

Así, si toda gran poesía lo es en virtud de la fuerza de su visión, no es menos cierto que todo punto de vista poético de alcance lo es en función de su complicidad con las más hondas expectativas humanas y creativas. Por eso, en nuestras publicaciones siempre hemos querido incluir textos en los que pueda intuirse una relación sincera entre la palabra y el mundo del que se nutre, con el objetivo de suscitar una experiencia lectora con la que sea posible confrontarse, desde la discrepancia o desde la adhesión, pero ante la que resulte difícil permanecer indiferente. Una experiencia en la que se subraye la relación del sujeto con el conjunto de la escena en la que se injerta, haciéndose eco de la íntima relación entre lo particular y lo universal. Que evidencie la vibración que experimenta el yo en su encuentro con lo real, y el factor de unidad que de esta experiencia emana. De esta manera, la intención a lo largo de la andadura de Ibi Oculus ha sido privilegiar textos que por su compromiso con estos horizontes, ya sea por su plasticidad, su eufonía, su hondura emocional, su capacidad de penetración psicológica y filosófica, su sentido crítico, su atrevimiento, su originalidad, su belleza y verdad, y, en definitiva, por su generosidad a la hora de prestarnos alguna forma de estremecimiento, nos parece que merecían alguna atención.

También hemos sostenido que todo lo que nos aleja de este ideal creativo supone sucumbir a los reduccionismos habituales que arrostran muchas propuestas poéticas actuales —y no tan actuales—. Bastaría atender a las divisiones características del hecho literario —y, por inclusión, del poético— que encontramos habitualmente en muchos manuales de Teoría de la Literatura cuando se refieren a la literatura desde una perspectiva estructural funcional, por las que Todorov, por citar a alguno de los teóricos más recurrentes sobre estos asuntos, se pregunta con frecuencia en sus ensayos. Así, una perspectiva poética apegada a lo estructural, en la que el lenguaje se proclama autosuficiente, autotélico, sin demasiado interés por su contenido, es del agrado de los pastores de dicho canon estilístico, pero dejará casi indiferentes a todos aquellos cuya sensibilidad se aleje de dicho despliegue formal. De la misma manera, una visión subyugada casi exclusivamente por el mensaje o funcional, será muy del gusto de aquellos que se congregan en torno a la misma parroquia ideológica del autor, pero parecerá inexpresiva, por su escasa ambición estética, a los restantes.

Por eso decimos que para que se dé una obra de altura esta debe suscitar una experiencia ética y estética que nos provoque, lo que implica no obviar ninguna de ambas perspectivas, la estructural y la funcional (eso que ha venido a llamarse habitualmente, de manera más coloquial, forma y fondo, respectivamente), tenidas en cuenta como una sola entidad orgánica. Esta confluencia de atractivo formal y comunicativo, y no otra, implica afirmar el valor de lo particular como mejor manera de acceder a lo universal. El vínculo de lo concreto con la totalidad, que hemos venido comentando.  Pues si hay algo ineludible cuando nos relacionamos con una obra de envergadura es el hecho de vernos transportados a lugares en los que el horizonte humano se ensancha haciéndose eco del punto de fuga último artístico y personal que nos define y por el que sentimos un atractivo inagotable. El mismo que además de conmovernos, consigue rehabilitar nuestra capacidad de sorpresa e incrementa, colmándolo, nuestro deseo.

Empezábamos este editorial con una serie de interrogantes que esperamos hayamos ayudado a esclarecer un poco. Por esta misma razón, no queremos terminar sin otra pregunta que axiomáticamente nos surge como consecuencia y reto, fruto de lo que venimos diciendo: ¿Qué otra cosa podamos desear más cuando nos relacionamos con una obra poética?